África, con sus 53 países, es un continente muy rico en contrastes y diferencias con respecto a la superficie de lo países que lo forman, entre ellos: su población, recursos físicos y naturales, culturas, estructuras socioeconómicas e instituciones políticas.
El continente africano está compuesto de diferentes zonas ecológicas: varios países están cubiertos de bosques tropicales y la sabana, y otros son áridos o semiáridos. Algunos tienen acceso al mar, 14 carecen de litoral oceánico y seis son islas. Estas diferencias permiten explicar la desigualdad en el desarrollo y los diversos resultados económicos.
África cuenta con más de 2.000 nacionalidades a menudo con su propia historia, lengua o costumbres, es decir sin un denominador común, y a veces opuestas por antagonismos ancestrales o atávicos, legados por varios siglos de esclavitud y colonización, por manipulaciones poscoloniales de exclusión, por una parte entre los distintos grupos étnicos, y por otra entre dichos grupos y el Estado heredado de la colonización. Este estado mantiene aun el centralismo, las estructuras y los mecanismos heredados de aquella e imponiendo las ideologías oficiales contra las identidades étnicas, para la construcción nacional.
Tras la segunda guerra mundial, las potencias coloniales europeas quedaron psicológica y físicamente debilitadas, y la balanza de poder internacional se trasladó a los Estados Unidos y la Unión Soviética, dos estados declarados anticolonialistas.
En el norte de África, la oposición al gobierno francés se desarrolló a partir de 1947 con actos terroristas esporádicos y motines. La revolución argelina comenzó en 1954 y continuó hasta la independencia del país en 1962, seis años después de que 1Marruecos y Túnez lograran su independencia. En el África subsahariana francesa se hicieron esfuerzos para contrarrestar los movimientos nacionalistas, al conceder a los habitantes de los territorios la ciudadanía total y permitir a diputados y senadores de cada territorio asistir a las sesiones de la Asamblea Nacional francesa. No obstante, el sufragio limitado y la representación comunal asignada a cada territorio se demostró inaceptable. En los territorios británicos el ritmo de cambio también se aceleró después de la guerra. Empezaron a aparecer partidos políticos que englobaron a tantos grupos étnicos, económicos y sociales como fue posible. En Sudán, los desacuerdos entre Egipto y Gran Bretaña sobre la dirección de la autonomía sudanesa obligó a que los británicos aceleraran el proceso de independencia de estos territorios, Sudán se independizó en 1954. Durante la década de 1950, el ejemplo de las nuevas naciones independientes de otros continentes, las actividades del movimiento terrorista Mau-mau de Kenia y la efectividad de líderes populares como Kwame Nkrumah incrementaron todavía más la velocidad de dicho proceso. La independencia de Ghana en 1957 y de Guinea en 1958 desató una reacción en cadena de demandas nacionalistas. Sólo en 1960 empezaron a existir diecisiete naciones africanas.
A finales de la década de los setenta casi toda África era independiente. Las posesiones portuguesas —Angola, Cabo verde, Guinea-Bissau, y Mozambique— se independizaron entre 1974 y 1975, después de años de lucha violenta. Francia renunció a las islas Comores en 1975, y Djibouti consiguió la independencia en 1977. En 1976 España dejó el Sahara español, que entonces fue dividido entre Mauritania y Marruecos. Sin embargo, estalló una cruda guerra por la independencia. Mauritania renunció a su parte en 1979, pero Marruecos, que tomó posesión de todo el territorio, continuó la lucha con el Frente Polisario, de carácter independentista. Zimbabue consiguió la independencia legal en 1980.
Los jóvenes estados africanos se enfrentan a varios problemas fundamentales. Uno de los más importantes es la creación de un Estado nacional. Gran parte de los países africanos retuvieron las fronteras que habían trazado arbitrariamente los diplomáticos y administradores europeos del siglo XIX. Los grupos étnicos podían quedar divididos por las fronteras nacionales, pero los lazos de lealtad que unían a tales grupos eran a menudo más fuertes que los nacionales. No obstante, cuando los estados africanos consiguieron la independencia, los movimientos nacionalistas dominantes y sus líderes se instalaron en un poder casi permanente. Llamaron a la unidad nacional y recomendaron encarecidamente que los sistemas parlamentarios de varios partidos fueran descartados en favor de un Estado con partido único. Cuando estos gobiernos no pudieron o no quisieron cumplir las expectativas populares, el recurso era a menudo la intervención militar. Al dejar la administración rutinaria en manos de la burocracia civil, los nuevos líderes militares se presentaron como eficientes y honestos guardianes públicos, pero pronto desarrollaron el mismo interés por el poder que caracterizó a sus predecesores civiles. En muchos estados, el comienzo de la década de 1990 despertó un renovado interés en la democracia parlamentaria de varios partidos.
El desarrollo económico también representa un gran problema. Aunque gran número de países africanos poseen considerables recursos naturales, pocos tienen los fondos financieros necesarios para el desarrollo de sus economías. Las empresas privadas extranjeras a menudo han considerado la inversión en áreas subdesarrolladas demasiado arriesgada, y este punto de vista se justifica en muchos casos. Las mayores fuentes de financiación alternativas son las instituciones de préstamos nacionales y las multinacionales.
Las esperanzas de un mejor nivel de vida para las naciones africanas se han incrementado, y los precios de los bienes de consumo y otros bienes manufacturados se han mantenido, pero el precio de la mayoría de las materias primas africanas ha bajado. La recesión mundial de principios de la década de 1980 multiplicó las dificultades iniciadas con el aumento del precio del petróleo en la década de los setenta. Serios problemas con las divisas y una deuda exterior creciente agravaron el descontento público. El hambre y las sequías se extendieron por las regiones centrales y norteñas del continente en la década de los ochenta, y millones de refugiados abandonaron sus hogares en busca de comida, incrementando los problemas de los países a los que huían. Los recursos médicos, todavía inadecuados e insuficientes, se vieron desbordados por las epidemias, el síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA), el cólera y otras enfermedades. A finales de la década de 1980 y primera mitad de la siguiente década, los conflictos locales en Chad, Somalia, la zona del Sahara, Suráfrica y otras zonas del continente desestabilizaron gobiernos, interrumpieron el progreso económico y costaron la vida a miles de africanos. Después del final de la guerra civil en Somalia en 1991, un gobierno separado se estableció en Eritrea, que declaró su independencia en 1993.
En abril de 1994 estalló la lucha entre los dos principales grupos étnicos de Rwanda, los hutu y los tutsi, después de que los presidentes de Rwanda y Burundi murieran en un sospechoso accidente aéreo. Los problemas en esta zona central de África han continuado a lo largo de 1996 y 1997, así como en Argelia, al norte, cuya paz y desarrollo están siendo amenazados por los atentados violentos cometidos por grupos integristas islámicos.
Otro problema del continente africano ha sido la incapacidad de proyectar su voz en los asuntos internacionales. La mayoría de los estados africanos se consideran parte del Tercer Mundo y son miembros de la Organización de Países No-Alineados, a la que consideran un instrumento válido para hacerse oír en el concierto internacional de naciones. Sin embargo, a causa de su falta de poder militar o financiero, las opiniones de los países africanos rara vez son tomadas en cuenta. El fin de la política de segregación racial (apartheid) en Suráfrica, a principios de la década de los noventa, llevó a la celebración de las primeras elecciones multirraciales en abril de 1994.

El continente de las tribus


Antes que camerunés, nigeriano, congoleño o zimbabués, el africano común, aún marcado por la solidaridad comunitaria, se identifica como basa, yoruba, lunda o ndebele, que son para él verdaderas naciones. Ello conduce a considerar a África como el continente de las tribus, más aún cuando los conflictos de las tres o cuatro últimas décadas se han desarrollado sobre la base de las rivalidades ente comunidades.
El término tribu no expresa la realidad de las comunidades africanas que son anteriores y posteriores a al colonización, cada una con su propia historia, lengua e identidad cultural. En cuanto la nacionalidad, se trata de una noción próxima a la de grupo étnico y pueblo, al expresar el desea de mantener por parte de un grupo determinado su identidad colectiva propia, étnica, cultural, confesional, y lingüística, que podría conducir hasta la existencia estatal autónoma mediante la secesión. Estas tendencias son frecuentes en África, como en los casos de Katanga, Kasai, Kiuv, Biafra, Ogaden, el sur de Sudán, en países como Mozambique, Angola, Uganda, Camerún y Eritrea.
El Estado y las etnias
Las élites africanas que controlan los Estados poscoloniales han interiorizado el discurso colonial con la subsecuente indigenización de los africanos, bajo la excusa de la estabilidad política interna y desarrollo económico amenazados por las fuerzas centrífugas etnicistas o secesionistas, y de pronto dicho discurso se transformó en una estrategia de confiscación del poder para una minoría social o étnica.
De este modo, el Estado poscolonial se convirtió en un instrumento de dominación de clase o de una etnia mediante estrategias de integración en torno a una ideología de legitimación, la dictadura militar o la creación de nuevas instituciones homogeneizadoras o monopolizadoras del poder tales como el partido único, el sindicato único, el movimiento único de las mujeres o de la juventud siendo la meta la institución de un Estado-Partido-Nación. Es decir: una sola nación, un solo pueblo, un solo partido y un solo líder. En contra de la sociedad multiétnica.
Transformando en la fuente de promoción de nuevos valores y en el instrumento de distribución de recursos y privilegios ocasionando un desarrollo desigual entre las clases, las etnias y las distintas regiones, el Estado se encontrará en el centro de las luchas entre las autoridades contrales y étnicas, que controlan las zonas productoras de materias primas o las que encaran la autoridad tradicional para vengarse o liberarse del colonialismo interno.
Las rivalidades entre las élites dentro de una misma etnia siempre han sido una constante en el fenómeno étnico en África, sobre todo en los grupos étnicos con importantes clanes como los tetelas, los luba, los somalíes, donde existen implacables luchas internas para la representación de la etnia. Los vencidos suelen optar por la alianza con los demás grupos étnicos p con la autoridad estatal contra los vencedores y sus proyectos.
Inspirados en la política colonial de divide y vencerás, los Gobiernos centrales poscoloniales destacarán para su provecho las rivalidades interétnicas entre los líderes de los grupos étnicos para debilitar las etnias, con el fin de perpetuarse, someterlas o imponer la dominación de una nueva. Dela misma manera que debe existir una cierta unanimidad en torna a algunos valores y mecanismos institucionales en los países democráticos para el buen funcionamiento del Estado, en África el consenso de hace sobre el papel hegemónico de tal o cual grupo étnico para asegurar su funcionamiento.
Las relaciones entre el Estado y las nacionalidades en África son las de antagonismo, al nacer de una ruptura entre las masas y los dirigentes. De esta forma podemos decir que se ha desaprovechado la osmosis de las múltiples nacionalidades entre varios territorios, y que debería servir como un potencial factor de unión, desde los pueblos.





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